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Capítulo 4
Reclutando a los marinos norteamericanos – Documentos de ciudadanía - Guerra – Rendición voluntaria como prisioneros de guerra – Preparación para una batalla –Trato injusto – Confinamiento solitario – Aliviado – La flota británica aventajada – Prisioneros enviados a Inglaterra - Periódico de Londres –Otro movimiento – Sin pan
El Swiftshore pronto estuvo en camino a su lugar de estacionamiento frente a Toulon. Unos pocos días después de zarpar, un amigo de mi padre llegó desde los Estados Unidos, trayendo documentos que demostraban mi ciudadanía, y una demanda de mi liberación al gobierno británico. AJB 37.1
Una de las causas más destacadas de nuestra última guerra con Inglaterra, en 1812, fueron sus actos opresivos e injustos para reclutar a los marinos norteamericanos en el mar o en tierra, donde quiera que estuvieran. Uno de los partidos políticos en los Estados Unidos lo negó. El gobierno británico también continuó negando el hecho, y considerando los pasaportes o la protección de los ciudadanos norteamericanos como de poca importancia. Exigían tales pruebas de ciudadanía que no eran fáciles de obtener. De ahí sus continuos actos de agresión hasta la guerra. Otro acto adicional y doloroso era que todas las cartas a los amigos debían ser examinadas por el primer teniente antes de salir del barco. Por accidente, encontré una de las mías rota y tirada a un lado, de allí la imposibilidad de que mis padres supieran siquiera que estaba entre los vivos. Con una protección como la que se podía obtener de un agente cobrador de aduana de Nueva York, sin embargo, pasé como si fuera un irlandés, porque un oficial irlandés declaró que mis padres vivían en Belfast, Irlanda. AJB 37.2
Antes de la guerra de 1812, una de mis cartas llegó a mi padre. Le escribió al presidente de los Estados Unidos (el Sr. Madison), presentándole los hechos de mi caso, y como prueba de su propia ciudadanía lo refirió a los archivos del Departamento de Guerra, de sus comisiones que habían sido devueltas y depositadas allí después de que sus servicios en la guerra Revolucionaria hubieron concluido. La respuesta del presidente y los documentos fueron satisfactorios. El General Brooks, entonces gobernador de Massachusetts, que conocía íntimamente a mi padre como un capitán bajo su autoridad en la guerra Revolucionaria, añadió a lo anterior otro documento sólido. AJB 37.3
El capitán C. Delano, vecino y amigo de mi padre, preparándose para un viaje a Menorca, en el Mediterráneo, ofreció generosamente sus servicios como portador de los documentos arriba indicados, y estaba tan confiado de que ninguna otra prueba sería necesaria, que estaba seguro de traerme consigo en su viaje de regreso. AJB 38.1
A su llegada a puerto Mahon, se alegró de saber que el Rodney 74, estaba en el puerto. Al acercarse al Rodney en su bote, le preguntaron qué quería. Dijo que deseaba ver a un joven que se llamaba Joseph Bates. El teniente le prohibió acercarse más. Finalmente, uno de los suboficiales, amigo mío, le informó que yo había sido transferido al Swiftshore 74, y que este buque había zarpado para unirse a la flota británica frente a Toulon. El capitán Delano entonces presentó mis documentos al cónsul de los Estados Unidos, quien los trasmitió a Sir Edward Pelew, el comandante en jefe del escuadrón. Con la llegada del correo, recibí una carta del capitán, que me informaba de su llegada, y de su visita al Rodney, su chasco, y lo que había hecho, y de la ansiedad de mis padres. Creo que esta fuera la primera noticia de mi casa en más de tres años. AJB 38.2
Se me dijo que el capitán había enviado por mí para verme en el puente de mando. Vi que estaba rodeado por señaleros y oficiales, contestando con banderas de señales al buque del almirante que estaba a cierta distancia de nosotros. Dijo el capitán: “¿Es su nombre Joseph Bates?” “Sí, señor”. “¿Es usted norteamericano?” “Sí, señor”. “¿A qué parte de América del Norte pertenece usted?” “A New Bedford, en Massachusetts, señor”. Dijo él: “El almirante está queriendo saber si usted está a bordo de este barco. Probablemente enviará a buscarlo”, o algo semejante. “Puede volver abajo”. La noticia se esparció por todo el barco de que Bates era un norteamericano, que su gobierno estaba exigiendo su liberación, y el comandante en jefe estaba enviando señales a nuestro barco acerca de ello, etc. Qué hombre de suerte era yo, etc. AJB 38.3
Sin embargo, pasaron semanas y meses, y nada sino el suspenso con ansiedad y la incertidumbre en mi caso, hasta que al fin recibí otra carta del capitán Delano en que me informaba que mi caso todavía estaba colgado en la incertidumbre, y que era probable que la guerra había comenzado, y que él estuviera obligado a irse, y que si yo no podía obtener una salida oficial, sería mejor que llegara a ser un prisionero de guerra. AJB 38.4
Era el otoño de 1812. A nuestra llegada al puerto Mahon para invernar, el cónsul británico me envió el dinero que pudiera necesitar, diciendo que el pedido del capitán Delano había sido que se me diera el dinero y la ropa que necesitara. Por causa de una enfermedad en la flota, se ordenó que cada compañía de cada barco tuviera libertad por 24 horas en tierra. Aproveché esta oportunidad para ir a los consulados británico y norteamericano. El primero me proveyó algo más de dinero. El segundo dijo que el almirante no había hecho nada en mi caso, y ahora era demasiado tarde, porque era seguro de que se había declarado la guerra entre los Estados Unidos y Gran Bretaña. AJB 39.1
Había unos doscientos norteamericanos a bordo de los buques en nuestro escuadrón, y veintidós a bordo del Swiftshore. Nos habíamos atrevido a decir varias veces lo que debíamos hacer, pero el resultado les parecía dudoso a algunos. Por lo menos seis de nosotros fuimos al puente de mando con nuestros gorros en mano, y nos dirigimos así al primer teniente: AJB 39.2
“Entendemos, señor, que ha comenzado una guerra entre Gran Bretaña y los Estados Unidos, y no deseamos que se nos encuentre peleando contra nuestro propio país; por lo tanto, es nuestro deseo ser prisioneros de guerra”. “Vayan abajo”, dijo él. A la hora de la comida, se les ordenó a todos los norteamericanos que se quedaran entre las bombas, y no se les permitió asociarse con la tripulación. Nuestra escasa ración se reduciría en un tercio, y ninguna bebida fuerte. Sentimos que esto podíamos soportarlo, y nos animó no poco de que habíamos logrado un cambio efectivo, y que el siguiente paso muy probablemente nos liberaría de la marina británica. AJB 39.3
Desde nuestro barco se difundió la noticia, hasta que casi todos los norteamericanos en la flota se convirtieron en prisioneros de guerra. Durante ocho meses terribles fuimos retenidos, y con frecuencia nos llamaban al puente de mando donde nos arengaban y animaban a entrar en la marina británica. Yo ya había sufrido durante treinta meses como súbdito no voluntario; por lo tanto, estaba plenamente convencido de que no debía escuchar ninguna propuesta que pudieran hacer. AJB 39.4
Unos pocos meses después de llegar a ser prisioneros de guerra, nuestros buques vigías aparecieron fuera del puerto, y por señales indicaron que la flota francesa (que estábamos intentando bloquear), estaba toda en travesía por el Mediterráneo. Con esta sorprendente información se dieron órdenes inmediatas de que todos los escuadrones estuvieran listos para perseguirlos, a una hora temprana por la mañana. La mayor parte de la noche se pasó preparando para esta salida esperada. Los prisioneros fueron invitados a ayudar. Solo yo rehusé ayudar de toda manera, siendo que era injustificable a menos que nos forzaran a hacerlo. AJB 39.5
Por la mañana toda la flota estaba saliendo del puerto en línea de batalla. Los artilleros recibieron la orden de cargar municiones dobles, y preparar todo para la acción. El primer teniente pasaba por donde yo estaba en pie leyendo La vida de Nelson (uno de los libros de la biblioteca.) “Tome esa hamaca, señor, y llévela a la cubierta”, me dijo. Levanté la vista del libro y dije: “No es mía, señor”. “Llévala”. “No es mía, señor”. Me maldijo como a un bribón, me arrancó el libro de la mano y lo tiró por la cañonera, y me derribó de un puñetazo. Tan pronto como me levanté, me dijo: “Toma esa hamaca [la cama de alguien con unas frazadas] a la cubierta”. “¡Señor, no lo haré! Soy un prisionero de guerra, y espero que me trate como tal.” “Sí, ______Yankee bribón, eso haré. Vengan”, les dijo a dos suboficiales, “tomen esa hamaca y átenla a la espalda de este tipo, y háganlo caminar por la cubierta veinticuatro horas hasta que quede exhausto”. Y porque puse mis manos impidiéndoles hacerlo, y les pedí que me dejaran solo, se puso furioso, y gritó: “¡Sargento! ¡Tome a este hombre a la sala de armas y pónganle los pies en cadenas!” “Eso puede hacerlo, señor”, dije yo, “¡pero no trabajaré!” “Cuando entremos en acción, lo mandaré atar al mástil principal como un blanco para que los franceses puedan apuntarle”. “Eso puede usted hacerlo, señor, pero espero que recuerde que soy un prisionero de guerra”. Siguió otra andanada de juramentos y maldiciones, con una pregunta de por qué el sargento no se apuraba con las cadenas. El pobre viejo estaba tan desalentado e irritado que no podía encontrarlas. AJB 40.1
[Luego] cambió de idea, y le ordenó [al sargento] subir y confinarme en la sala de armas, y no permitir que nadie se acercara, ni siquiera para hablar con uno de sus connacionales. Con esto subió aprisa a la cubierta superior de cañones, donde se dieron órdenes de arrojar todas las hamacas y bolsos a la bodega del barco, desarmar todas las particiones de las cabinas y camarotes, romper todos los encierros para las ovejas y vacas, y limpiar la cubierta de la proa a la popa para la acción. Cada buque estaba ahora preparado para la batalla, apresurándose hacia la costa turca del Mediterráneo, vigilando para ver y afrontar a su mortal enemigo. AJB 40.2
Cuando toda la preparación para la batalla hubo concluido, uno de mis compatriotas, en ausencia del sargento, se animó a hablar conmigo a través del enrejado para los mosquetes de la sala de armas, para advertirme de la peligrosa posición en que estaría cuando la flota francesa asomase en el horizonte, a menos que me sometiera, y me reconociera dispuesto a tomar mi posición anterior (segundo capitán de uno de los grandes cañones en el castillo de proa), y peleara contra los franceses, como él y el resto de mis compatriotas estaban por hacer. Procuré mostrarle cuán injustificable e inconsistente tal acción sería para nosotros, prisioneros de guerra, y le aseguré que mi mente estaba clara y plenamente decidida a adherirme a nuestra posición como prisionero norteamericano de guerra, a pesar de la peligrosa posición en que estaría. AJB 40.3
Unas pocas horas más tarde, después que el teniente hubo terminado sus arreglos para la batalla, bajó a mi cámara de prisión. “Bueno, señor”, dijo, “¿levantará una hamaca cuando se lo ordene otra vez?” Le contesté que levantaría una para cualquier caballero en el barco. “¿Lo haría, sí?” “Sí, señor”. Sin averiguar a quién yo consideraba un caballero, ordenó mi liberación. Mis compatriotas estaban algo sorprendidos de verme tan pronto como prisionero suelto. AJB 41.1
El primer teniente es el que sigue en comando al capitán, y preside sobre todas las tareas del barco durante el día, y no tiene turno de guardia, a diferencia de los demás oficiales. Como todavía no habíamos divisado la flota francesa, el primer teniente sabía que mi caso sería informado al capitán; en cuyo caso, si a mí, como prisionero de guerra reconocido, ciudadano de los Estados Unidos, se me permitía responder por mí mismo, su conducta ilegal, abusiva y nada caballerosa llegaría al conocimiento del capitán. De allí su disposición a liberarme. AJB 41.2
La flota británica continuó su curso a través del Mediterráneo hacia la costa turca, hasta que estuvo satisfecha de que la flota francesa no estaba a su oeste. Luego giraron al norte y al este (para encontrarse con ella), hasta que llegamos frente al puerto de Toulon, donde los vimos cómodamente amarrados, y desmantelados en sus viejos cuarteles de invierno; sus oficiales y tripulación sin duda altamente gratificados de que el ardid que habían practicado les había salido tan bien, es decir, lanzar al escuadrón británico en su persecución por el Mediterráneo, sacándolos de sus cuarteles de invierno. Habían rearmado, y zarpado de su puerto, perseguido a nuestros pocos buques vigías cierta distancia por el Mediterráneo, y luego, sin que ellos lo percibieran, retornaron y se desaparejaron otra vez. AJB 41.3
Después de retenernos como prisioneros de guerra durante unos ocho meses, nosotros, con los demás que continuaban rehusando toda invitación para unirse al servicio británico, fueron enviados a Gibraltar, y de allí a Inglaterra, y finalmente, encerrados a bordo de un viejo casco llamado Crown Princen, un antiguo barco danés de 74 cañones, a unas pocas millas del astillero Chatham, y a unos ciento treinta kilómetros [setenta millas] de Londres. Allí había muchos otros de descripción similar, muchos de los cuales abrigaban prisioneros. Aquí unos setecientos prisioneros estaban apiñados en dos cubiertas y encerrados cada noche, con una escasa provisión de comida, y en espacios atestados. Separados de toda comunicación, excepto noticias dispersas, se diseñó un plan para obtener un periódico, que a menudo aliviaba nuestros momentos de ansiedad y desánimo, aunque a cambio, tuvimos que sentir el urgente reclamo del hambre. El plan era éste: Un día cada semana se nos daba pescado salado; éste lo vendíamos al contratista por dinero, y le pagábamos a uno de nuestros enemigos para que nos contrabandeara uno de los semanarios de Londres. Siendo un bien común, se elegían buenos lectores para que desde una posición más elevada leyeran en voz alta. A menudo era interesante y divertido el gran agolpamiento para escuchar cada palabra de las noticias norteamericanas, y varias voces gritaban: “Lea eso otra vez, no pudimos oírlo claramente”; y lo mismo de otro rincón, y otro. Las buenas noticias de casa a menudo nos alegraban más que nuestra escasa porción de comida. Si hubiera hecho falta más recursos para el periódico, creo que otra porción de nuestra ración diaria habría sido libremente ofrecida, en lugar de renunciar al periódico. AJB 41.4
Nuestra ración diaria de pan consistía de panes ásperos y negros de la panadería, servidos cada mañana. Al comienzo de la temporada fría, depositaron una cantidad de galletas marinas a bordo para nuestro uso en caso de que el clima o el hielo impidieran que el pan blando viniera cada día. En la primavera, nuestro primer teniente o el comandante, ordenó que se sirvieran las galletas a los prisioneros, e indicó que debía reducirse un cuarto de la ración diaria, porque nueve onzas de galletas eran equivalentes a doce onzas de pan blando. Rehusamos totalmente recibir las galletas, o pan duro, a menos que nos dieran tantas onzas como las de pan blando. Al final del día quería saber otra vez si recibiríamos el pan en esas condiciones. “¡No! ¡No!” “Entonces los voy a mantener abajo hasta que acepten”. Las escotillas se abrían otra vez en la mañana. “¿Subirán por su pan?” “¡No!”. Otra vez a mediodía, “¿Recibirán la carne que fue cocinada para ustedes?” “¡No!” “¿Subirán por su agua?” “¡No, no recibiremos nada de ustedes hasta que nos sirvan nuestra ración completa de pan!” Para hacernos aceptar, habían cerrado las lumbreras, privándonos de luz y aire fresco. Habían llamado a nuestro presidente para conferenciar con él (teníamos un presidente y una comisión de doce elegidos, pues encontramos necesario mantener cierta clase de orden.) Éste le dijo al comandante que los prisioneros no cederían. AJB 42.1
Para este tiempo, el hambre, la falta de agua, y especialmente la falta de aire fresco nos habían llevado a un estado de excitación afiebrada. Algunos parecían casi salvajes, otros procuraban soportarlo tan bien como podían. El presidente fue llamado otra vez. Después de un tiempo, se abrió la escotilla, y dos oficiales bajaron a la cubierta inferior y pasaron a la mesa del presidente, preguntando por el baúl del presidente. “¿Para qué lo quieren?” dijeron sus amigos. “El comandante nos envió para llevarlo”. “¿Para qué?” “Él lo está enviando a bordo de otro barco-prisión”. “¡Sáquense eso de la cabeza! No lo tendrá”. Para ese momento, los oficiales se alarmaron por su seguridad, e intentaron escapar por la escalera de la escotilla. Varios prisioneros, que parecían arder de desesperación, los detuvieron, y declararon con peligro de sus vidas que ellos no avanzarían más hasta que el presidente pudiera bajar. Para entonces se abrieron otras portillas, y el comandante se asomó por una de ellas, exigiendo la liberación de sus oficiales. La respuesta desde adentro fue: “Cuando liberen a nuestro presidente, liberaremos a sus oficiales”. “Si no los liberan”, dijo el comandante, “abriré estas portillas [todas las cuales tenían rejas de barras de hierro], y abriremos fuego sobre ustedes”. “¡Disparen ya!” fue el clamor desde adentro, “bien podemos morir de este modo que no de hambre; pero tome en cuenta, si usted mata a un prisionero tendremos dos por uno mientras duren”. Sus oficiales ahora comenzaron a rogarle con grandes lamentos que no dispararan, “porque si lo hacen”, dijeron, “estos nos matarán a nosotros; nos están rodeando con sus cuchillas abiertas, declarando que si movemos un pie nos quitarán la vida”. AJB 43.1
Le permitieron al presidente que se acercara a la escotilla, y él rogó a sus compatriotas que no derramaran sangre por culpa de él, pero que él no deseaba permanecer más tiempo a bordo, y suplicó que por causa suya liberaran a los oficiales. Esto se hizo. AJB 43.2
Tabiques de tablones dobles en cada extremo de nuestras salas de prisión, con perforaciones para mosquetes en ellos para dispararnos si era necesario, nos separaban de los oficiales, marineros y soldados. Otra vez nos preguntaron si recibiríamos nuestra ración de pan. “No”. Los prisioneros profirieron algunas amenazas de que ya nos escucharían antes del amanecer. A eso de las diez de la noche, cuando todo estaba en silencio fuera de la guardia y la vigilancia en la cubierta, armaron un farol encendiendo un poco de grasa en unas latas. Con la ayuda de esta luz, sacaron un puntal pesado, de roble, que nos sirvió como ariete. Entonces, con nuestras grandes latas vacías para el agua como tambores, y las palanganas, ollas, y cucharas como palos para los tambores, y cualquier cosa que hiciera un ruido fuerte, los improvisados faroles y el ariete avanzamos contra el tabique posterior que nos separaba del comandante y sus oficiales, los soldados y sus familias. Por unos pocos momentos se aplicó el ariete con fuerza y con tanto éxito que la consternación se apoderó de los durmientes, y huyeron pidiendo ayuda, declarando que los prisioneros se venían sobre ellos. Sin dejarlos reunirse y abrir fuego sobre nosotros, corrimos hacia el tabique delantero, donde dormía un grupo de la tripulación del barco con sus familias. La aplicación del ariete tuvo el mismo éxito aquí, de modo que todos nuestros enemigos estaban ahora tan despiertos como sus prisioneros hambrientos y famélicos, y buscaban el mejor medio para su defensa. Entonces nuestros faroles se apagaron, dejándonos en total oscuridad en medio de nuestras operaciones exitosas hasta el momento. Nos amontonamos en grupos, para dormir, si nuestros enemigos lo permitieran, hasta que otro día amaneciera para permitirnos usar las pocas fuerzas que nos quedaban a fin de conseguir, si era posible, que nos dieran nuestra ración completa de pan y agua. AJB 43.3
De repente, sentimos aire fresco y la luz matutina gracias a una orden del comandante de abrir las portillas, quitar las barras a las escotillas, y llamar a los prisioneros para buscar su pan. En unos pocos momentos se entendió claramente que nuestros enemigos se habían rendido y cedido a nuestros reclamos, y estaban ahora listos para hacer las paces y servirnos nuestra ración completa de pan. AJB 44.1
Mientras uno de cada grupo de diez buscaba la ración de tres días de pan negro, otros estaban llenando sus latas con agua, de modo que en poco tiempo se había producido un grande y maravilloso cambio en nuestro medio. En términos muy amistosos de paz con todos nuestros guardianes, agrupados en grupos de diez, con la ración de pan para tres días, y las latas llenas de agua, comimos y bebimos, nos reímos y gritamos inmoderadamente celebrando nuestro gran banquete y la derrota de nuestro enemigo. La maravilla fue que no nos matamos por comer y beber en exceso. AJB 44.2
El dispensario, al enterarse del estado de las cosas en nuestro medio, envió órdenes al comandante desde la orilla, que nos sirviera nuestro pan sin demora. AJB 44.3